Los sistemas operativos (SO) pierden mucho con la edad. Algunos tienen mejores genes que otros, o bien unos cuidadores más competentes, pero antes o después son pasto de un cáncer de corrección tras corección y actualización tras actualización. Sé de lo que hablo: estuve en dos fábricas de sistemas operativos, Apple y Be, y estrechamente vinculado a una tercera, PalmSource. Y aún recuerdo el olor.
El motivo principal del cáncer de los sistemas operativos es la retrocompatibilidad, la necesidad de seguir siendo compatibles con los programas de aplicación existentes. Los diseñadores de SO se ven atrapados entre el pasado y el futuro. Los clientes reclaman las ventajas del futuro (nuevas funciones, hardware y software) pero sin tener que echar por la borda su inversión en el pasado (sus aplicaciones).
Los arquitectos de sistemas operativos sueñan con un renacimiento total, con arquitecturas inmaculadas nacidas de los conocimientos que tanto les ha costado adquirir, pero sin tener que adaptarse a los pecados de sus padres. Pero cuando despiertan --y salen al mercado--, el sueño se desvanece y acaba ganando la retrocompatibilidad.
Y entonces llegó el iPhone.
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